HUBERT JEDIN
El 16 de julio de 1980 falleció en Bonn monseñor Hubert Jedin, considerado en todo el mundo como el historiador católico más importante de la actualidad l. Su vida fue la de un sacerdote ejemplar, consagrado exclusivamente a la investigación del pasado de la Iglesia católica.
Había nacido el 17 de junio de 1900, en Grossbriesen, cerca de Neise (Silesia, Alemania) en el seno de una familia católica. Llamábanse sus padres Juan Jedin, maestro, y Emma Ziegler. Cursó sus estudios, primero, en Neise y, después (1918-1923), en las universidades de Breslau, München y Friburgo de Brisgovia, doctorándose en Teología.
Entre sus maestros destacan F. X. Seppelt, Martin Grabmann y Heinrich Finke. Se ordenó de sacerdote en Breslau el 2 de marzo de 1924.
Apenas superado el examen de doctorado, su obispo el cardenal Bertram 10 envió a Roma (fines de 1925), donde permaneció cuatro años trabajando en los archivos y bibliotecas (desde 1927 a expensas de la G6rresgesellschaft). En marzo de 1930 regresó a su diócesis y pronto consiguió la libre docencia en historia eclesiástica en la facultad de Teología católica de la universidad de Breslau. Durante tres años repartió el tiempo entre la cátedra (Privatdozent o encargado de curso), la composición de trabajos científicos y el ministerio parroquial.
La subida al poder de Hitler truncó bruscamente su carrera académica y echó por tierra todos sus planes de investigación. El ministro de Instrucción Pública de Prusia le privó de la venia docendi por el mero hecho de que su piadosa madre era una conversa de ascendencia judía. Pero una vez más se verificó aquello de que Dios escribe derecho con renglones torcidos. «Sin aquella catástrofe que entonces me hirió -confesará más tarde-, jamás habría tomado la decisión de escribir la Historia del concilio de Trento». Volvió a Italia y por espacio de tres años se ocupó en preparar la edición del volumen XIII/1 de la monumental colección Concilium Tridentinum, familiarizándose cada vez más con las fuentes de aquella histórica asamblea.
En 1936 su obispo lo llamó a Breslau como archivero diocesano y repetidor de Historia eclesiástica del convictorio teológico. Tres años después estuvo a punto de ser eliminado por la Gestapo (la policía secreta de Hitler) y, cuando se disponía a partir para Roma, estalló la segunda guerra mundial. De nuevo parecía que todos sus proyectos se derrumbaban. No obstante se salvó casi por milagro de ser detenido por la policía hitleriana y obtuvo permiso para trasladarse a Italia, sin que sus maletas, repletas de manuscritos sobre el Concilio Tridentino, fueran registradas en la aduana en un momento en que el Führer había sufrido un atentado. En cambio su biblioteca particular fue destruida durante la guerra, así como el original del volumen XIII/2 del Concilium Tridentinum, ya terminado a costa de un largo y paciente esfuerzo.
Nuevamente se refugió en Italia, que se convirtió para él en su segunda patria, fijando su residencia en Roma por espacio de diez años, desde donde emprendió diversos viajes de investigación a varias ciudades italianas y extranjeras, a pesar de su precaria situación económica.
Así en 1948 trabajó en las principales bibliotecas y archivos españoles. Al año siguiente se le brindó la cátedra de Historia eclesiástica medieval y moderna de la facultad de Teología católica de la universidad de Bonn, que regentó por espacio de dieciséis años (1949-1965).
La celebración del concilio Vaticano II le obligó a desplazarse otra vez a Roma (1961-1965), primero como miembro de la comisión preparatoria para los estudios y las escuelas y, desde la apertura de la asamblea, en calidad de experto conciliar del episcopado alemán, colaborando estrechamente con el cardenal Frings, de Colonia. El curso de 1965-1966 lo pasó en los Estados Unidos por invitación de la Universidad de Wisconsin en Madison. Libre del peso de las clases, pudo dedicarse más intensamente a la investigación histórica, pero el 30 de noviembre de 1973 su salud experimentó un colapso total, de suerte que durante mucho tiempo los médicos desesperaron de su curación. Sin embargo, se recuperó lentamente y a los seis meses pudo reanudar su actividad literaria, sólo interrumpida por su muerte. JOSE GOÑl GAZTAMBIDE - SCRIPTA THEOLOGICA 13(1981/1)