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Comentarios

Estos son los comentarios que ha envíado rubénmuñozherr

 
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Para el libro: LA BUENA TERRORISTA PDL DORIS LESSING (PUNTO DE LECTURA)"

#1 No es el mejor libro de Doris Lessing. La perdimos el año pasado a la gran Doris Lessing, un prodigio de escritora, un cálido ser humano, un ejemplo de humildad, aprendizaje y autocrítica. Durante décadas Las hermanas menores, La grieta, El quinto hijo o El cuaderno dorado han sacudido las conciencias de varias generaciones y solo su afiliación al partido comunista postergó la entrega del premio Nobel hasta una avanzada edad. Suerte en la próxima dimensión, maestra.

Me gustaNo me gustaFecha: 21/06/2014 22:35 // Votos: 0 // Karma: 6
 
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Para el libro: ¿ESTA USTED DE BROMA SR.FEYNMAN? AVENTURAS DE UN CURIOSO PERSONAJE TAL COMO FUERON REFERIDAS A RALPH LEIGHTON"

#1 ¿Qué mejor reseña de un tipo genial que sus propios comentarios? No os perdáis esto, por favor:
«El científico tiene una amplísima experiencia de ignorancia, de duda, de incertidumbre y en mi opinión esto es de la mayor importancia. Cuando desconozco la solución a un problema soy un ignorante. Cuando tengo una corazonada sobre cuál será el resultado, siento incertidumbre. Y aun cuando estoy seguro del resultado aún dudo; hemos descubierto que para progresar es fundamental saber reconocer nuestra ignorancia y abrirse a la duda. Nuestra libertad de dudar es un logro conseguido en la lucha contra cualquier autoridad, es importante no olvidarlo. Nos entristecemos cuando pensamos en las maravillosas potencialidades que el ser humano tiene y las contrastamos con lo diminuto de sus logros, la mayoría de las veces impedido por un sistema socioeconómico incomprensible, más allá de la duda científica».

Me gustaNo me gustaFecha: 21/06/2014 22:32 // Votos: 0 // Karma: 6
 
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Para el libro: EL ANTROPÓLOGO INOCENTE (CRONICAS ANAGRAMA)"

#1 ¿Qué define la salud de una ciencia? Según Richard Feynman, su desmitificación. Solo el sano sentido del humor, siguiendo los consejos de Platón en el Fedro, ahuyenta la obliteración mental y alimenta el cuestionamiento de uno mismo. Uno acaba harto de los Bordieu, Malinowski, Simmel, Mannheim y un largo etc. y se deleita cuando un antropólogo fetén como Nigel Barley cuestiona la intromisión del sujeto observante sobre el objeto (aquí los sujetos de la tribu dowaya) observado. Lo he leído cinco veces y aún me hace reír a carcajadas. No recuerdo nada de Weber, Toqueville o el pesadito de Hobbes, pero leeré a este señor el resto de mi vida.

Me gustaNo me gustaFecha: 21/06/2014 22:29 // Votos: 0 // Karma: 6
 
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Para el libro: EL NOMBRE DE LA ROSA"

#32

Tipologías del clasismo

Releía El péndulo de Foucault hace unos meses y de la clasificación hilarante que hace Jacopo Belbo de los tipos de idiotas que existen (entre los que sabiamente se incluye y nos incluye) me vino la idea de los clasismos que nos rodean, penetran en nuestra piel como si no hubiera barrera física o intelectual capaz de contenerlos e impregnan cualquier ámbito de la existencia. Ahí está desde siempre el clasista propio del sistema económico que nos ha tocado, que ha acumulado los chalés de sus papás o simplemente tiene un trabajo mal remunerado pero ya cree que puede llamar «perroflauta» a los que se manifiestan porque cobra setecientos euros y está integrado (y tanto) en el sistema. Este/a clasista suele preocuparse porque las tiendas no puedan abrir debido a las manifestaciones en Sol (tiendas como El Corte Inglés o la Fnac, que casualmente incrementan sus ventas en estos periodos) o porque el Real Madrid no fiche con el dinero público que le regala el Banco Santander (que a su vez lo ha recibido del gobierno) como debería. Hay muchas nervaduras que fluyen desde la fuente de calor ideológica del euro/yen/dólar: desde los policías antidisturbio que pegan a sus hijos/hijas con cara de mala hostia como si les estuvieran ofendiendo por recibir golpes, hasta tipos que no saben expresarse, no han leído un libro en su vida, solo destilan un acre hedor a ambición arrogante y dominación. No hace falta mentarlos, pero ustedes los conocerán porque aparecen siempre en la caja tonta diciendo que lo hacen todo por usted, porque usted los necesita y tan ocupado como está leyendo a Virginia Woolf no tiene tiempo para todo.

Otro tipo de clasismo muy divertido es el intelectual, pero está tan diversificado que me centraré en dos subtipos: el racionalista (no confundir con racional) que también puede ser acumulativo (hay quien acumula libros y dvd como prueba de lo intelectual que es y nunca ha visitado una biblioteca o leído los libros de sus propios estantes) y el teologista o teleologista (al fin y al cabo viene a ser lo mismo), aunque una finalidad venga a ser dios y otra la del ego o superego enmascarados en la búsqueda de un finalismo ideológico.

El clasismo intelectual, como todos los clasismos, proviene de una inflamación del ego, una necesidad virulenta de imponerse a toda costa a cualquiera para no tener que arrostrar nunca los propios miedos. Los complejos autónomos de la mente funcionan para ellos como en todos los seres humanos, pero el racionalista no lo advierte, porque para él la psicología es una patraña «acientífica», él toma sus decisiones vitales racionalmente, sabiendo siempre lo que quiere y cómo lo quiere; conclusión: solo existe lo que él conoce. Pero como lo que él conoce suele ser extremadamente limitado, el racionalista jamás se molestará en leer sobre física cuántica, biología, genética o matemática, simplemente negará como niega un teologista cuando le dicen que el universo tuvo un principo hace diecisiete mil trescientos millones de años. «¿Qué hubo antes de ese principio?», dirá un teologista. Cuando Hawking, Feynman o Mlodinow (o los que van detrás) lo expliquen, dirá: «Sí, pero... ¿qué hubo antes de ese principio principio?».            El racionalista lo que dirá cuando le advierten que vivimos en un multiverso del que se intuyen, al menos, once dimensiones demostrables por las refracciones de los fotones de luz provenientes de nuestra estrella y las aledañas y los comportamientos de la materia conocida alrededor de la desconocida (materia oscura y agujeros negros) es que «eso está por demostrar». Si ya es una tarea ímproba mantener la ficción de que vivimos una sola realidad física y mental, imagínense lo que sería una tarea de negación para once realidades con todos los caminos cuánticos posibles (Richard Feynman dixit): pero poco importa lo que diga un premio nobel de física, claro, lo que importa es que el racionalista debe sentirse seguro en su castillo de construcciones imaginarias (una gran contradicción, utilizar la imaginación para negar las realidades científicas a las que se ha llegado «imaginando antes que conociendo», como diría Giordanno Bruno antes de que lo quemaran los teologistas). De modo que para el racionalista hasta la ciencia cimentada en el método cartesiano está por demostrar; no es tan extraño, este es el germen de cualquier ideología, llámese socialismo, liberalismo, feminismo o catolicismo: la realidad y la ficción deben adecuarse a mis deseos y después a mis preceptos ideológicos, si no lo hacen no sirven, no importa el sufrimiento y el lastre vital que yo y los que me rodean nos llevemos por mi egolatría disfrazada de sed de verdad.

Un recurso muy habitual del/de la racionalista es ponerse clasista en el ámbito donde más grotesco y fútil es el clasismo: el arte. Un racionalista cree que el arte es objetivo (el daño que hicieron Kant y Adorno, caramba), es cuestión de prestigio y escuelas de prestigio y es totalmente mensurable. Es decir, En busca del tiempo perdido es mejor que Harry Potter porque... (se suele producir un silencio que al final concluye con algo parecido a «porque lo digo yo, por eso»).

Pero cuidado, no solo es eso, también para opinar sobre cualquier cosa hay que tener un prestigio, una escuela, yéndonos a lo más miserrímo, un título universitario, y saber mensurar lo objetivo siempre que lo haga él o ella misma. Porque fíjense, si a mí me interesa imponerme en una discusión sobre física en la que no tengo ni repajolera idea de física, la salida más racionalista es: «Hay que ser físico para hablar de eso», con lo que el/la racionalista quedará en una sublime posición de superioridad muy afecta a su ego con un sobrentendido en el aire que quiere decir algo como «o ser como yo, que sin saber de lo que hablo, hablo opíparamente».   Por esta regla de tres, físicos como Ernesto Sábato o Stanislaw Lem no deberían escribir narrativa, no podríamos hablar de Grecia o Roma, del imperio sasánida, de los medas o de los persas, de la teoría heliocéntrica o de la inquisición... porque no podemos hacerlo «objetivamente», es decir, no le damos al/a la racionalista el lustre que necesita su ego durante la conversación.

El clasismo teológico es el de la circularidad ideológica. No va a ninguna parte, ni quiere ni le interesa; por supuesto los egos personales juegan un papel determinante, pero están sometidos a un interés genérico (lo que no los hace más soportables), solo quiere atraer adeptos a su círculo: como cada vez atrae menos, lo que busca desde hace décadas es defenderse de supuestas agresiones externas. Las proclamas de los papas católicos cada año son graciosísimas: «No tengáis miedo», «no podrán con vuestra fe», etc. La pregunta que surge es ¿tener miedo de quién y quién amenaza vuestra fe? ¿La investigación de células madre? Proliferan las sectas crestianas, adventistas del octavo día de vellón y maravedí, de la liberación, etc. En el metro de Madrid ya cantan y proclaman el advenimiento del señor mientras tú finges concentrarte en un libro de Bukowski o Fante. Si realmente hay vida después de la muerte (un racionalista lo negaría científicamente, sin saber que la ciencia no suele meterse en lo que no puede investigar y que la energía en otro modo de vibración sigue permaneciendo, según advierte la física cuántica)... ¿no es una pobre forma de preparar al ser humano para el tránsito, negarle sus inteligencias múltiples, sus ámbitos de decisión, su libre albedrío? ¿No es lo más terrible que se puede hacer con un ser humano, sobre todo con un niño, darle todo tipo de respuestas sin que se haya planteado aún las preguntas? De hecho lo primero que se te ocurre sentado y apabullado en el metro es: ¿por qué no me respetan y me dejan leer? ¿Por qué están tan convencidos de que me interesa lo que me obligan a escuchar? Si el modo de atraer prosélitos es tan descarnado ¿qué pasará una vez dentro de la secta? Pues según cuentan personas que viven esa realidad voluntariamente u obligados por la integración de algún familiar las jerarquías clasistas están tan en boga como en cualquier empresa. Consejos de ancianos que aprueban o desaprueban la vestimenta y los comentarios de las mujeres, grupos de terapia para reconstruir relaciones de pareja destruidas, ya en un nivel más poderoso locutores muy bien pagados por la iglesia católica en medios de comunicación llamando asesinas a las mujeres que abortan, etc. Pero hablar con estos clasistas se convierte en algo muy parecido a hablar con los racionalistas: «Esto es lo que hay. No hay más. Nadie te obliga a entrar en una iglesia». Afortunadamente no, claro, aún puedes decidir con quién te conviene relacionarte, el problema es tener a personas así en la familia o en el trabajo. El otro problema es no tener a tipos como Umberto Eco abriéndote los ojos en la caja tonta: si no hay nada a lo que aferrarse, afortunadamente, y esto en lugar de ser terrorífico se empieza a ver como un reto, a lo mejor descubrimos... no sé, ¿algo nuevo? (Un racionalista diría que no hay nada nuevo bajo el sol, me temo.)

Me gustaNo me gustaFecha: 21/06/2014 22:16 // Votos: 1 // Karma: -8
 
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Para el libro: EL UNIVERSO ELEGANTE: SUPERCUERDAS, DIMENSIONES OCULTAS Y LA BUSQUEDA DE UNA TEORIA"

#3 EL UNIVERSO ELEGANTE
Brian Greene
    Todos tenemos uno o varios libros que releemos cada año. Por el placer estético que nos aporta, por la fuente inagotable de ideas que supone, por la satisfacción del ego que se refocila cuando le confirman sus prejuicios, porque pone a parir a nuestros enemigos reales o imaginarios, porque nos pone en cuestión, porque nos motiva, porque nos extrae la curiosidad de un aguijonazo y nos deja exánimes durante días, porque trae alguna reminiscencia del pasado o algún aviso del futuro.
    No sabría decir qué pulsa en mí El universo elegante. Salió en el año 1999 y lo leí por primera vez en el 2007, desde entonces ha caído todos los años en invierno o en verano. El propósito primario del libro ya te deja pasmado: unir la gravitación universal explicada en la teoría de la relatividad a la fluctuación de partículas de la física cuántica, lo que enfrentara agriamente a Bohr y Einstein, pero no te dice cómo, ni siquiera lo plantea explícitamente hasta el capítulo V del libro, simplemente se va sugiriendo que vas a tener  que leer y encomendarte a algún rapto de genialidad insospechado para entenderlo. Claro que luego no es así; como todo gran escritor Greene ha ido sembrando indicios a lo largo de los capítulos de su libro y proponiendo juegos mentales que van a desembocar en la teoría que Einstein llamaba del ‘campo unificado’ y que aquí se llama ‘M’.
Como es poco habitual en libros de esta índole (desde Hawking a Mlodinow pasando por Feynman, Michio Kaku o Carl Sagan), falta el breve repaso a la historia de la física que aunque se podría ver como algo condescendiente (Hawking se quejaba de que su Historia del tiempo debía llevar algunas ecuaciones «explicativas» más, pero los editores se negaron) con los lectores, nunca es desdeñable para los que experimentamos sudores fríos y vacíos espirales estomacales cuando vemos cosas impresas como:
ln(k) = ln (A) – Ea/R (1/T)
Que en realidad se refiere a algo tan cotidiano y desprovisto de ornato estilístico como el logaritmo de constantes cinéticas en un eje («el de ordenadas en coordenadas cartesianas», aclara oportunamente Arrhenius), pero que para el común de los mortales, como sabiamente entrevieron los editores de Hawking, sería algo así como el Finnegans Wake chapurreado en copto.
Lo que pasa con la teoría de las supercuerdas tal como la expone Greene es que tiene algo de maravilloso, algo que huele a creatividad, imaginación, fusión, ciencia puesta al servicio del arte, algo que revienta los costados de cualquier postura obliterada en sí misma, algo que requiere (ahora y en las próximas décadas) del esfuerzo de todas las mentes actuales y de las generaciones venideras.
Einstein dijo que materia y energía son lo mismo a distinto nivel vibratorio, pero lo deja ahí. El espacio y el tiempo son alabeados, ya no bastan las matemáticas pitagóricas y euclidianas y se utiliza a Riemann, que parece tener el lenguaje apropiado para la nueva física: pero solo el lenguaje, no el arte en sí. Heisenberg descubre que o sabemos la posición del electrón o sabemos su velocidad, nunca las dos a la vez.
Bohr se quema las guedejas para entenderlo y superar esa ignorancia, el lenguaje de Riemann tampoco sirve. Por debajo de la constante de Planck la relatividad fracasa estrepitosamente, a lo que Einstein responde zancadilleando a Bohr: «¿Los cuantos van donde les place? No, hombre no. Dios no juega a los dados con el universo?». Pero parece que sí. Quizá no se necesita otro lenguaje, quizá se necesita algo que va más allá de la matemática e incluso de la física (al menos la conocida hasta ahora). ¿Metafísica? Ya tenemos inmediatamente a multitud de científicos que se pasan a la exégesis cristiana de la vida en el universo: demasiado elegante, demasiado compleja, demasiado conveniente, demasiada casualidad. Solo dios puede haber creado algo así.
Pero también: la estrella combuste una reacción de fusión de hidrógeno y tritio hasta generar helio. Luego muere. Su muerte expulsa al espacio neutrinos, metales, átomos, carbono. El agujero negro no es el fin de la estrella, es el principio de una polinización espacial. Tan natural como una flor. En diecisiete mil trescientos millones de años la evolución puede haber creado no esta burbuja en forma de galaxia espiral, sino diez dimensiones más. ¿Cada una con su propio dios? Y ¿el ser humano? ¿Debe considerar la posibilidad de que su solipsismo haya creado y esté modificando su propio universo? Según Einstein, sí: la teoría de la relatividad explica ante todo que nuestra percepción de las personas y del universo depende del marco de referencia en el que se ubica el observador. Como no hay dos personas que compartan la misma conciencia, existen muchos marcos de referencia a los que atenerse. Según Schrodinger el gato está al cincuenta por ciento vivo o muerto si abres o no la caja. Según Heisenberg es imposible conocer el presente en todos sus detalles y por ello determinar el futuro, el reino de la incertidumbre apaga la brillante luz del electrón (del electrón que sí se predice). La realidad no existe mientras no sea percibida, dice el principio de complementariedad, y Richard Feynman remata: «La física cuántica va contra el sentido común, pero acierta en todas sus predicciones. Si usted no está preparado para ir contra el sentido común tampoco podrá entender la naturaleza», o algo parecido.
La formulación de la teoría de cuerdas, supercuerdas y espacios de Calabi-Yau son exactamente la sinfonía artística adecuada, el pulso creativo de científico chiflado, para abordar el mayor desafío al que se enfrenta el siglo XXI: el desentrañamiento de la teoría M y evitar la extinción de la especie. El hallazgo de un nuevo elemento, el gravitón, crea espacios de entendimiento entre la mecánica cuántica y la relatividad general. ¿Lo conseguiremos? Brian Greene dice DE QUE SÍ. Los cuarenta arribistas que tienen el poder económico dicen DE QUE NO. Yo lo seguiré leyendo cada año, porque cada año me parece más asombroso e interesante.


Me gustaNo me gustaFecha: 21/06/2014 22:13 // Votos: 0 // Karma: 6
 
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